PREMONICIONES ✎ ATL ∙ M. SYLDER ∙ T. SABIDO.
A T L ∙•
Se levanta Andrei y adivina la dirección del viento y la tormenta.
¿Y si destinados a no ser es que estaban?
¿Fueron necios por extender el dulce encuentro de una fantasía?
¿De dónde se alienta el relámpago en el negro absoluto?
Náufrago en tifón.
Y es que
una oportunidad más existió al mismo tiempo.
El tiempo se partió.
Fue a las
alturas a contemplar la posibilidad del arrojo de nuevo.
Buscar el
silencio.
Esa única
soledad le abrace como premonición de piedra
entre cánticos de una pareja de
cuervos.
Alcanzar al otro lado del barranco en vuelo.
Nada que
perder, ofrecer.
Dejó la poesía muda en la caja de galletas
donde guardó clavos
y herramienta,
la pintura la dejó junto al río que canta.
La presa desbordada de nuevo, nada nuevo de nuevo.
Sentimientos
antiguos de textos anteriores.
El camino parece torpe profeta de lágrimas.
El
mar se acerca de nuevo.
Pero este mar no moja, no se puede nadar,
no se puede
ver.
¿Qué había para ofrecer?
está riqueza de torpeza,
de amigos
lejanos que describen lo desteñido
de esta agua amarga en remolino en el
estero.
Náufrago en tifón.
Colocó un
vaso de agua que dejará marcas en la madera vieja
y roza con la yema de los
dedos.
Dibujos bajo relieve de antiguos de tripulantes trazados
con el filo de
una navaja oxidada.
Leer a oscuras, una vela que huele a miel.
Los peces se acercan.
Él,
encontraba a la distancia dibujos en las nubes.
Tenía herramientas que nunca
supo utilizar.
Su orientación llegó tarde en este mapa vivo y salvaje.
¿Cuándo fue libre de verdad?
¿Acaso libre cuando náufrago se es?
Nunca tuvo una burbuja por transporte.
La
brújula en un impacto con las olas
se escurrió dentro sus dedos y cayó al mar.
Está
desmemoria que acontece,
lo que tanto el mundo le pedía entregó
puntual con
decepciones.
Casi
algo, casi a punto,
casi de lo lindo, casi persistente,
casi eterno estuvo.
Barco proverbial, homenaje a los destrozos.
Insistió
harto. Necio,
apapachó tanto como pudo,
pero insuficiente.
Se
arrepintió no haber visitado más el mar
y por favor, pidió, "llévenme a
Chacagua,
avientenme al agua dulce para que me arrastre al mar
y el faro con
luciérnagas me sea,
me vea al fin desnudo sin máscaras
ni ajuares
innecesarios."
Pensó que
tenía más combustible,
que podría pintar de nuevo,
que podría hacer su casa,
que podría sembrar alado y ser acompañado.
Pensé en tiempo flexible y estirarlo
y regresar algunos días y callar.
Presientió
la distancia con el verde tan deseado.
Los pájaros callan, los perros aullan.
Hace adivinaciones en el moho de la madera vieja y cayó.
Escribió a nadie
porque nadie lee.
Destino humano. Se juntaros rebeldes.
¿Quién los encontrará cuando se pierdan?
Habrá que
ser más gentil
para enmendar el mundo con su ausencia.
Y si
muere de tristeza,
corazón de piedra recuerda su naturaleza
y si es que viven
en medio de ensueños
y si esto no es real.
Y es que nunca aquí. Espero impaciente.
Sabía de
qué lado salía la luna
y aún así le quitó braza a la llama.
Sísifo mira
desde el horizonte.
En las
cosas pequeñas está la grandeza.
Detrás de una puerta, una ventana abierta,
entre el gato y la sombra de un escaparate
estira la pata y alcanza y atrapa
el
rayo de luz de luna.
Náufrago
en tifón.
Él es
papel de agua, soluble, se evapora.
Este mundo le expulsa.
Algunos instantes
sintió que pertenecía,
agradeció el amor
y permitieron compartir sus mediocres
formas del lodo.
Agradeció las oportunidades
y los perdones y los dones,
la
utopía y haber creído en ella,
pensó que podría algo alcanzar, un fruto, la
playa.
No se arrojó, fue el fondo el que se acercó.
Dormirá tranquilo bajo la nieve.
Esquivar los azotes sin remos. Balsa del agua.
El navío
se derrite, se desmorona,
se tuerce la viga, el tiempo implacable.
El óxido y
la sal. Los sermones inútiles.
Perséfone se asoma.
Se ablanda lo eterno,
desaparece.
Adivina la tormenta, la dirección del viento.
Conoce el final. Divisa el puerto.
M A R I O N S Y L D E R
∙•
El velo
En aquel sueño, él decía:
— Sí, vamos por el camino.
Ella entrometía sus manos en el tablero.
Él sentía el aumento en la velocidad del vehículo,
sin siquiera pisar el acelerador.
Una cortina cubría el parabrisas.
No podía ver lo que había frente a ellos.
Se agachaba e intentaba observar por debajo.
Un aparente embotellamiento estaba muy cerca.
Ella no retiraba la cortina,
aunque él lo pedía,
casi a gritos.
Ella solo decía:
— Haz algo.
Entonces, él miraba hacia sus pies:
había un montón de pedales,
intercambiándose a cada momento
La colisión era inminente.
Exiliado en el Jardín
No encontraba la manera de aquietar la mente.
Su vida había estado atravesada por tensiones. Una tras otra. Siempre una preocupación aguardando detrás de la anterior. Su pensamiento, escindido en extremos que no lograba reconciliar. Estaba convencido de haber nacido con una propensión natural al error: la respuesta equivocada, siempre lista en la punta de su lengua.
La realidad, en cambio, se desplegaba ante él con
la calma de un ritual perfecto: paciente, benévolo.
Le hablaba apenas en susurros. Y, para reafirmar, le ofrecía argumentos de orden cósmico: momentos de dicha, ráfagas de lucidez, una prosperidad que, aunque tardía, siempre terminaba por alcanzarlo.
Todo a su tiempo.
Aunque él sintiera que el suyo era un tiempo demasiado lento, todo llegaba.
Y lo más desconcertante: ni siquiera tenía que recordar que debía respirar. Incluso esa función vital le era concedida sin esfuerzo, como si el mundo insistiera en favorecerlo… pese a su incapacidad de asimilarlo.
Quizá todo era una trampa.
Por eso, con la certeza de ser el único loco en el Edén, corre despavorido por senderos repletos de frutos maduros. Avanza sin tregua hacia las colinas verdes del horizonte, mientras una gracia silenciosa lo rodea.
Pero no puede verla.
Exiliado incluso dentro del paraíso, alucina que va envuelto en llamas que no cesan de atormentarlo, porque ciertas voces, más fuertes que el resto, penetraron hasta lo más profundo, envenenando su juicio con premoniciones oscuras sobre un castigo eterno.
Zodiaco en llamas
Aquello era incendiario.
¿Quién podría apagar el fuego?
El Licenciado Javier Gallardo echaba chispas. No decía nada y eso era lo peor. Se había encerrado en su oficina antes de la comida. ¿A quién se le ocurría sacar ese tipo de asuntos a la mesa, y justo en plena luna llena? Solamente a Adrián Alvarado que, para colmo, llevaba una corbata dorada y que ni siquiera tenía el temple para guardar silencio después de su tremenda insensatez.
Todavía tenía el descaro de despotricar en voz alta, desde su lugar, como si tuviera la razón.
Valeria (Virgo), impecable como siempre, jugaba con la tapa de su botella de agua alcalina mientras Claudia (Piscis), con sus uñas pintadas de morado iridiscente, le susurraba algo al oído. Cerca de ahí, Ramiro (Cáncer) comía lentamente unas galletas de avena que él mismo había cocinado la noche anterior. Asentía de tanto en tanto, como si entendiera el hilo de esa conversación sin necesidad de escucharla. Ellas se lo hacían saber con miradas y gestos que apenas comenzaban a tejer un vínculo inesperado entre ellos, una chispa nueva que cambiaba la dinámica del grupo.
¿Quién habría imaginado esa energía de camaradería fluyendo entre esos tres? Aunque, claro… ¿a qué costo?
Difícilmente cumplirían con los KPI, ¿y todo por qué? Porque ella había decidido contratar a un Leo como gerente y enjaretarle el asunto al Licenciado Javier, un Escorpio.
Ah, no, eso sí que no.
En el mundo corporativo actual, cumplir a secas ya no es suficiente. Se exige algo más: energía, entrega, incluso intuición. No pensaba repetir el error que cometió en el pasado cuando la dirección del área recaía en alguien más, aunque eso seguía siendo su pequeño secreto en la empresa. Ella lo sabe: detrás de la experiencia, los cursos y los diplomados, hay algo más poderoso que suele pesar más en la balanza.
El CV de Adrián Alvarado temblaba en las manos de Pamela Enríquez, la gerente de reclutamiento, quien acababa de visualizar con aterradora claridad el infierno que podría desatarse en el equipo comercial si ella tomaba su trabajo a la ligera. Su analista le había programado esa entrevista, una cita que jamás habría elegido, pero entre tanto trabajo se le pasó por alto. Mientras repasaba mentalmente todo esto, Adrián seguía hablando de sus logros profesionales, y a ella se le escapaban monosílabos con una calma fingida:
— Ajá… interesante… claro…
Al final de la entrevista abrió la puerta, le estrechó la mano y le indicó el camino a la salida.
— Muchas gracias por tu tiempo, Adrián. Nosotros estaremos en contacto contigo —le dijo.
Cerró la puerta de la sala y recargada en esta, respiró profundo con los ojos cerrados y después expulsó el aire casi bufando.
Se sintió tremendamente cansada. Lo atribuyó todo al desgaste de energía por la reciente premonición.
Caminó hacia el baño y, al lavarse las manos, alzó la vista al espejo. Su reflejo le devolvió una mirada apagada, un brillo menos afilado del que solía mostrar cotidianamente. Se acomodó el saco con lentitud y parpadeó, incómoda.
De regreso en su lugar, bajo la luz fluorescente, revisó el CV de otro candidato agendado: un Aries. De inmediato llamó para cancelar la entrevista. Al colgar hizo bolita el papel y lo arrojó al bote, luego rebuscó entre el montón de currículums hasta encontrar un Libra.
Equilibrio y tacto, pensó.
Perfecto.
Transformación forzada
Disfrutaba la compañía de Ana Laura porque ella era una gran escuchadora. Cuando la conoció, quince años atrás, en la preparatoria, nunca imaginó que forjarían una amistad que perduraría al paso de los años.
Al principio le molestó su peculiar dispersión, como si siempre estuviera papando moscas. Casi nunca dejaba quieta la cabeza: la movía de un lado a otro, con los ojos siempre recorriendo libremente el paisaje por delante. Eso le dio la impresión inicial de que no prestaba atención a sus palabras. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que en realidad sí escuchaba, y no superficialmente como muchos, sino que lograba conectar con el fondo de los sentimientos e ideas. Escuchaba como pocas personas, y él siempre tenía mucho que decir.
Así pues, esa tarde de agosto atravesaban la Alameda de Santa María la Ribera. Él le contaba los pormenores de su vida desde la última vez que se habían visto, con todos los grandes cambios que eso implicaba. En especial, su reciente despido, que había representado un giro abrupto de ciento ochenta grados. Ella avanzaba con esa mirada dispersa tan suya, que iba de un punto a otro, esta vez repasando los detalles del pintoresco quiosco central. Él acompañaba sus palabras con ademanes enfáticos —que estaban de más— para reforzar su versión de los hechos y asegurarse de que lo entendiera con claridad.
Siguieron de frente, cruzaron Dr. Atl y dieron vuelta en Manuel Carpio.
—Así que
ahorita estoy enviando currículums, esperando una nueva oportunidad—dijo él,
cerrando el monólogo que se traía.
Ella volteó a verlo y le respondió:
—Tienes razón. Parece que todo se acomodó para que pasara justo de esa manera. No tenías ni para dónde hacerte.
Él se encogió de hombros y cambiando de tema preguntó:
— Por cierto, ¿adónde vamos?
—Aquí cerquita —dijo ella—, a media calle.
Volvieron a dar vuelta, en esta ocasión en Dr. Enrique González y a unos metros ella se detuvo frente a la puerta de una de esas casas antiguas de la zona. Tocó el timbre.
Mientras esperaban, él le preguntó qué hacían ahí, pero ella estaba viendo su celular y contestando un mensaje, así que no le respondió.
Pronto salió una mujer. Saludó a Ana Laura con un abrazo amistoso y a él con un apretón de mano, antes de invitarlos a pasar.
Fueron hasta el fondo de la casa y atravesaron una cortina de cuentas con la imagen del ojo de Ra para ingresar a un cuarto pintado de rojo, con un montón de motivos dorados y objetos esotéricos acomodados aquí y allá, sobre repisas, muebles y vitrinas. El aire tenía un aroma a incienso de mirra que impregnaba el ambiente.
La mujer se sentó a la mesa y les indicó que hicieran lo mismo. Dijo:
—¿Entonces la tirada es para tu amigo?
Ella
asintió. Él se quedó perplejo y contuvo las ganas de darle un golpe o un
pellizco por lo bajo por meterlo en esos asuntos. La mujer le preguntó si ya le
habían leído el tarot antes.
Él, con una sonrisa fingida en el rostro, respondió a secas que nunca. La mujer
le explicó en breves palabras cómo funcionaba la clásica tirada de la Cruz
Celta. Él se limitó a asentir, con el gesto tenso y la mandíbula endurecida por
la incomodidad. Ana Laura, mientras tanto, lo observaba con una risa contenida
en las entrañas.
Al finalizar la explicación, la tarotista le acercó las cartas y le pidió que barajara y cortara el mazo con la mano izquierda. Él lo hizo rápidamente para acabar cuanto antes con el tema. Luego, la mujer fue acomodando cada una de las diez cartas que tomó, formando una cruz.
Antes de comenzar a voltear las cartas, volvió a pedirle que mantuviera firmemente en su mente la pregunta de su consulta.
Primero, tomó la carta que estaba en el centro, la carta base de la tirada, que representa el presente. La volteó con cuidado: era el cinco de pentáculos. La mujer explicó con voz tranquila que él sentía una profunda sensación de abandono y precariedad. Su trabajo no estaba siendo estable ni satisfactorio, y una fuerte inseguridad económica le pesaba.
Luego, giró la segunda carta, que estaba cruzada horizontalmente sobre la primera, señalando el obstáculo o la influencia que lo afectaba. Era La Torre. Dijo que una crisis inesperada había desmoronado sus planes laborales; cambios abruptos, pérdida de empleo o un fracaso contundente bloqueaban su avance y lo habían sacudido profundamente.
Él giró el cuello e hizo un movimiento de cabeza, como diciéndole a Ana Laura
que ya sabía de qué iba todo ese acto. Esta vez fue ella quien se encogió de
hombros, mostrando las palmas, como diciendo que ella nada tenía que esconder.
La tarotista volteó la tercera carta, que estaba a la izquierda y que representaba la base o raíz del problema. Era el ocho de espadas. En el fondo, le explicó, él se sentía atrapado por sus propios miedos y dudas. Su mente estaba llena de limitaciones autoimpuestas que lo paralizaban, más allá de las circunstancias externas.
A continuación, mostró la cuarta carta, situada arriba, que indicaba el pasado reciente. Era el diez de espadas. La mujer le recordó un golpe duro o una traición en el trabajo que había dejado una herida abierta, afectando su confianza y motivación. La herida aún dolía, aunque ya no fuera tan visible.
Siguió con la quinta carta, que estaba a la derecha y que señalaba la meta o lo que él esperaba lograr. Era el siete de copas. Había muchas opciones tentadoras, pero la confusión reinaba. Él quería mejorar, pero le costaba ver con claridad qué camino tomar.
Luego volteó la sexta carta, situada abajo, la cual representaba el futuro próximo. Apareció el tres de espadas, advirtiendo que se avecinaban desilusiones que podrían agravar la situación, con posibles rupturas con colegas o decepciones que lo desgastarían aún más.
Para ese momento, él ya miraba con escepticismo y arrogancia, la barbilla ligeramente levantada, como desafiando todo cuanto escuchaba y veía sobre la mesa.
A continuación, la séptima carta, la primera de la fila derecha, simbolizaba la actitud o la posición del consultante. Era La Luna. La tarotista comentó que emocionalmente estaba vulnerable, con miedo a lo desconocido; la inseguridad y la incertidumbre le generaban ansiedad y desconcierto.
La mujer prosiguió con la octava carta, la siguiente a la derecha, que indicaba las influencias externas. Era el cinco de espadas, señalando que en su entorno había rivalidades, personas que buscaban imponerse o incluso actitudes poco éticas que dificultaban su avance.
Tocó el turno de la novena carta, tercera de la fila derecha, que representaba sus miedos y esperanzas. Era El Diablo, reflejando que temía quedar atrapado en una situación tóxica o dependiente, aunque también había un deseo oculto de liberarse y recuperar el control habitual.
Finalmente, giró la décima carta, la última y cuarta de la fila derecha, que mostraba el resultado final. Era nuevamente el diez de espadas. Con voz suave pero firme, pronunció un pronóstico doloroso e inevitable: la situación laboral podría empeorar hasta un colapso total, marcando un momento de quiebre muy duro. Podría significar la pérdida definitiva de empleo, reputación o estabilidad, con sentimientos de derrota y agotamiento. Sin cambios profundos, la recuperación sería difícil.
La tarotista comenzó a recoger las cartas con movimientos pausados. Él la observó pasar el mazo por el humo del incienso y luego envolverlo en una tela de terciopelo azul, como si guardara algo sagrado. Eso le pareció el último acto de un espectáculo cuidadosamente ensayado.
—Sé que es difícil cambiar la mente. No es fácil creer en lo que desafía la lógica… —dijo la tarotista.
Le recordó que una tirada devela lo que ya está ahí, pero que depende del consultante darle un giro a la situación.
Él simplemente asintió. Ana Laura agradeció y depositó un billete en una cajita de madera que estaba sobre un buró, al lado de la mesa. La tarotista salió detrás de ellos y, ya en la puerta, le dijo:
—Las cartas no determinan nada. Solo muestran lo que se oculta detrás del ruido. A veces, lo más racional que uno puede hacer es detenerse y mirar bien antes de seguir el camino.
Le entregó la cartera que él había dejado caer descuidadamente al sentarse.
Tomaron camino por donde habían llegado, en medio de un silencio que él rompió un poco más adelante diciendo:
—¿Por qué me trajiste aquí? ¿Qué pretendías con todo este teatro?
—¿Pero cuál teatro? —preguntó ella, genuinamente, abriendo mucho los ojos.
Él exhaló el aire con molestia y respondió de inmediato:
—Tampoco me quieras ver la cara. Antes de entrar vi que le estabas escribiendo. ¿De qué otra forma iba a saber todo eso que dijo?
Ella sacó su celular y le puso la pantalla enfrente, aunque él se negó a ver los mensajes.
—¡Oh, bueno! —dijo ella—. Entonces, ¿qué otra prueba quieres?
Él decidió que era mejor dejarlo pasar y le dijo que, por favor, lo olvidaran, que mejor fueran a comer algo como habían acordado al inicio, porque ya se estaba muriendo de hambre.
Le dio un empujoncito amistoso en el hombro, justo lo suficiente para desacomodarle la bolsa.
—Sabes que no me gusta que decidan por mí sin avisar —dijo con una sonrisa
ladeada, sin rencores.
—Ya sé —respondió ella, reacomodándose la bolsa al hombro con tranquilidad—.
Sólo pensé que podría servirte una opinión... diferente.
Por sugerencia de ella, pasaron a Kolobok, un restaurante ruso frente a la alameda de Santa María la Ribera. Él no quiso arriesgarse y pidió una arrachera con papas fritas; ella, en cambio, se animó a probar el pelmeni. Acompañaron la comida con un par de cervezas Baltika mientras se ponían al día con historias de amigos en común y sus recientes andanzas. Al final, compartieron una rebanada de medovik que les endulzó el paladar, junto con una segunda ronda de Baltikas.
Cuando llegó el momento de pagar la cuenta, él echó el brazo hacia atrás, al sitio donde se suponía debía estar su cartera, pero ya no estaba ahí.
El mesero se quedó al pie de la mesa, con los brazos cruzados y una ceja levantada, observándolo con una mezcla de curiosidad y escepticismo. No dijo nada, pero su mirada fija parecía decir: Ajá, se te perdió la cartera justo ahora... qué conveniente.
Ana Laura pagó la cuenta sin decir palabra.
Desde la mesa, mientras terminaba su cerveza a pequeños sorbos, siguió con la mirada al amigo. Él recorría un espacio reducido a pasos cortos e irregulares, girando sobre sí mismo, deteniéndose bruscamente y luego retomando el movimiento sin rumbo claro. Fruncía el ceño mientras hablaba por teléfono con voz urgente, tratando de cancelar sus tarjetas bancarias.
Los ojos de Ana Laura —siempre inquietos, rebotando de un punto a otro— lo leían en silencio, desentrañando algo que él aún se negaba a reconocer.
Interpretación de los sueños
Cuando te vi reíste, la razón: desconocida para mí. Te acercaste y sonreí pues las cosas marchaban bien. Te tomé por la cintura y te llamé por tu nombre al oído. Después dije unas palabras sin importancia.
Caminamos de la mano por aquél parque donde fueron regadas las cenizas de un pianista famoso cuyo nombre no recuerdo ahora. El viento soplaba fuertemente y el aire frío helaba nuestras narices. Tu abrigo no ofrecía suficiente protección a tu piel; sin embargo, te empeñabas en decir lo contrario. Apresurabas el paso cada vez más, pienso que querías aminorar el frío. Nuestros alientos dibujaban nubecitas blancas que se disolvían en el aire. Apretabas fuertemente mi mano y de vez en vez volteabas el rostro y me lanzabas una mirada, ora dubitativa, ora maliciosa, ora dulce, pero en el fondo, siempre con los mismos ojos, como quien esconde y no esconde nada, como una chiquilla traviesa que guarda una broma para sí misma. Yo, en cambio, mantenía el mismo semblante. O al menos así me gusta recordarlo. Miraba disimuladamente de reojo para saber si me seguías mirando. No tenía ganas de hablar, no consideré necesario abrir la boca, tan solo me limité a caminar.
Por un momento pensé en correr y forzarte con ello a lo mismo; sin embargo, desistí, pues tuve una premonición en la que ambos caeríamos apenas empezada la carrera, entonces deseché la idea y al hacerlo, tú comenzaste a correr sin soltarme la mano…
Caímos unos cuatro metros adelante pues el piso estaba resbaloso. Reímos descontroladamente durante varios minutos antes de levantarnos. Las rodillas nos dolían y las manos raspadas nos punzaban como corazones palpitantes. Decidimos salir del camino y recostarnos sobre la nieve.
Mientras contemplábamos las inmensas formaciones de nubes empecé a hablarte sobre la posibilidad de los sueños premonitorios.
∙•
Consulto el registro
de mis premoniciones. Anoche tuve uno de esos encuentros inusuales conmigo
mismo. Antes de que se desvaneciera la imagen, busqué a tientas mi libreta bajo
la almohada para garabatear lo acontecido. Ahora me atrevo a confesarlo, pertenezco a la clase de sujetos que suele
confundir un mensaje divino y la indigestión. Creí que dormía, pero lo vi con
una nitidez alarmante: un individuo, desnudo por completo, escribiendo en mi
ordenador. El espectáculo no resultaba erótico en lo absoluto, sino ridículo
y desagradable. Lo inquietante es que aquel hombre, demasiado parecido a mí,
redactaba con soltura y no paraba de reír. Desperté con la esperanza de hallar pruebas y encontré
el teclado frío, intacto. Encendí la máquina en busca de la huella celestial,
un archivo extraviado, algo en la lista de recuperación. Nada. Vuelvo al
registro de mis premoniciones y sospecho que todas, sin excepción, han sido
escritas con los ojos cerrados y en un estado de sonambulismo absoluto. Y, si cabe aquí la confesión, con el trasero
confiado al soplo indiscreto de los ángeles.
INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO-PRIMAVERA-VERANO-OTOÑO-INVIERNO
EL ÚLTIMO DANZÓN.
Culminó el aliento y sus parpados fueron lentamente arropados. El instante definitivo se entremezcló con la fragancia de su perfume. Comenzó a sonar un piano distante y cercano, inconfundible. Se reencontraría de nuevo con su compañero de vida, tormento y fragilidad, paciente en su soledad; aguardando sin prisa. Se fundieron en un abrazo que cicatrizó las heridas; recuperaron la fuerza, serían ahora eternos. Se puso en marcha el gramófono y se abrió un sendero hacia la pista de baile. Hicieron el bien que pudieron; nadie les enseñó a vivir ni a amar sin desgarrarse. Compás de 2/4: Que vibre y sea infinito, el primer y último danzón.
NORTE SUR ESTE
OESTE NORTE SUR ESTE OESTE NORTE SUR
ESTE OESTE NORTE SUR ESTE
OESTE NORTE SUR ESTE OESTE NORTE SUR
ESTE OESTENORTE SUR ESTE
OESTE NORTE SUR ESTE OESTE NORTE SUR
ESTE OESTENORTE SUR ESTE
OESTE NORTE SUR ESTE OESTE
ALRBULARIO
-¡Eh! ¡Tú! ¿Por qué no vas y chingas a tu madre?
-¿Perdone usted? Lengua vil que hiere el aire.
-¿Cuál es la pinche risa? Te hablo a ti, pedazo de mierda.
-Se encuentra usted en un error de dimensiones colosales. Le conmino a retirar su blasfemia.
-¡Conmino a tu madre, güey! ¡Ora sí te vas a la verga, cabrón!
-Su desenfreno verbal roza lo grotesco. Por propia dignidad, modere su lengua imprecisa.
-¡Imprecisos tus huevos! Deje de andar de caldoso, güey. Y cállese el puto hocico.
-No toleraré semejante bajeza ¡Exijo disculpa inmediata, so bárbaro de arrabal!
-Disculpa los chingadazos que te voy arrimar, jijo de la chingada.
-Gentil hombre, le ruego, y a la vez demando que retire de inmediato tales ofensas.
-No te hagas el pendejo, pinche culero.
-Aterrice ahora mismo su actitud desmedida.
- Aterríceme pero las nalgas al mión, mijo.
-¡Qué monstruoso extravío ¡Te ordeno silenciar tu lengua profana!
-¡Lengua el chile, pa’ que lo sientas, cabrón!
-¡Silencio, bárbaro! No mancilles más este duelo de dignidad y espíritu.
-Saca pá andar igual mi pinche nalgas miadas..
Un estallido de
luz de pronto envuelve a ambos personajes. Cesa el dialogo. El tiempo parece
doblarse. Ambos caen al suelo intempestivamente. Se percibe oscuridad.
Silencio. Calma. Abrupta luz.
-¿Dónde… dónde nos encontramos?
-¡No mames, cabrón! ¿Qué chingados hicistes? Ve nomás tus mamadas
-El aire. El aire huele distinto.
- ¡Te has de haber surrado! Ora sí te pasastes de verga, mamón. ¿Dónde está mi guama, perro?
-¿Acaso es éste un sueño de los dioses?
-Dioses mis güevos, pinche loco. Pero chingá ¿ón tamos, puto?
-¿No lo ves? Hemos sido arrojados a otro tiempo.
-Explícate bien y más lento si no quieres que te reviente la madre, padrino.
-Ambos somos intrusos en una era que no nos corresponde.
-¡Valió madre! Por eso hablas como pendejo y no entiendes ni madres, papito.
-Pese a todo, compartimos ahora la misma desdicha. No somos de aquí.
- ¡Carajo el ajo! Me lleva la puritita chingada.
-En tal caso, gentil hombre, sea usted mi aliado.
-Ah, ¿Ya vas a empezar de putote?
-En lo absoluto. No me he dado a entender correctamente. Que su vulgaridad sea un escudo y mi retórica una espada.
-¡Tus mamadas, pinche maricón! Como quien dice, tú hablas y yo madreo. Pa’ pronto y en corto.
Somos el verbo elocuente y la mentada
de madre. Espada retórica y navaja oxidada. Caminamos entre columnas y grafitis, entre carruajes y combis destartaladas. El tiempo no nos divide: nos revuelca; nos confunde, nos unifica. ¡Y que chingue a su madre el pasado y el futuro! Porque aquí, en este presente
compartido, somos y seremos la misma voz: altiva y rasposa, barroca y
callejera, condenada y eterna.
12-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-12-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-
9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-12-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-116-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-1212-1-2-3-41
Saisei
(再生)
Hasta aquí he llegado, pensó Isaías cerrando los ojos. Pero como intercalando las ideas, dirigió la conciencia hacia un sitio inmaterial: un espacio tibio, anterior al lenguaje. Por supuesto, acaso aquí termina todo. Intentó mantener la mente libre, de nada le serviría contarse una mejor historia. Al principio se desprendió de lo que suponía propio; su nombre, sus máscaras: su visión del mundo. Colgó los zapatos y se contempló desnudo: volvería a ser semilla. Se acomodó dentro del cuerpo, envuelto en líquido y oscuridad. Un círculo concluye y germina en sí mismo. Fue entonces cuando se despidió para siempre de la paz. Es un hecho, se repitió.
LUNES-MARTES-MIERCOLES-JUEVES-VIERNES-SÁBADO-DOMINGOLUNES-MARTES-MIERCOLES-JUEVES-VIERNES-SÁBADO-DOMINGO-LUNES
LUNES-MARTES-MIERCOLES-JUEVES-VIERNES-SÁBADO-DOMINGOLUNES-MARTES-MIERCOLES-JUEVES-VIERNES-SÁBADO-DOMINGO-LUNES
VISITA
A un costado, cabañas y leña desperdigada. Adentro acontece un día más: el silencio, el comal sobre la flama, flores del campo sobre una mesa con restos de pan. Eso que llaman vida, día tras día, una réplica, una copia exacta, porque no tiene que ser distinto. Alguien llama a la puerta. Una y otra vez alguien golpea la puerta. No esperan a nadie. Se preguntan si esperan a alguien. No, de ningún modo. Jamás reciben visitas. Pero ahora alguien insiste en la puerta. Absortos, escuchan crujir el suelo. De algún modo los han descubierto. Una vez más, aquello que llaman vivir se desvanece en silencio. Se escurre entre sus invisibles manos. No comprenden lo que sucede. Ayer tan hoy y mañana tan como siempre. Besan el libro sagrado y soplan las velas para mitigar su luz. Con la esperanza de que mañana se repita, intacto, el mismo silencio de siempre.
ENERO-FEBRERO-MARZO-ABRIL-MAYO-JUNIO-JULIO-AGOSTO-SEPTIEMBRE-OCTUBRE-NOVIEMBRE-DICIEMBRE-ENERO-ENERO-FEBRERO-MARZO-ABRIL-MAYO-JUNIO-JULIO-AGOSTO-SEPTIEMBRE-OCTUBRE-NOVIEMBRE-DICIEMBRE-ENERO-ENERO-FEBRERO-MARZO-ABRIL-
XIBALBÁ
Nadie escuchó su grito en las entrañas del cenote. Primero cayó la obsidiana atada a sus talones. Tembló el aire. El cormorán hundió su cuello en vano. Lo recibió el inframundo con ofrendas y sangre antigua. Embriagado de veneno, su cuerpo yace sobre un lecho de jade. El agua lo transformó en silencio vivo y eterno. Afuera, el mundo continuó su curso indiferente.












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