| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

| Tres de Tres | BA ∙ ∙ ∙


| Enero veintitrés |
Ͼ

  «Se llega sin saber, se escapa sin pensar, se vuelve sin querer
X.Velasco.

Entonces uno se percata, mientras observa a las palomas compartir el alimento, que el mate con «yuyo» y el licuado de papaya comienzan a surtir efecto en la asombrosa maquinaria que el buen Dios nos dio. En aparente paz, se coloca una mano en la frente para generar un sensacional efecto de visera y se busca en dirección de los puntos cardinales el sitio correcto para liberar las aguas menores; fracasar en el intento suele ser una constante. Antes de regresar la mano a su punto de origen, vale la pena observar con detenimiento hacia el norte y hacia el sur; existen infinitos lugares para realizar una actividad tan esencial para la especie, pero cuando se requieren, parecen escabullirse como roedores en su madriguera. Por suerte el dulce Señor no abandona a sus hijos y siempre hay un templo cercano con las puertas cerradas y los sanitarios abiertos. Apresuras el paso para no orinarte en los pantalones y ser un digno representante de la imagen y semejanza del divino Creador. Localizas, tras una serie de decepcionantes intentos, la entrada correcta y comienzas a relajar el cuerpo. Una señora en el acceso interrumpe su actividad artística; dobla y  acomoda pequeños grupos de papel higiénico sobre su improvisado escritorio de madera e impide con su pierna la liturgia de evacuar la vejiga. Gira el rostro para observarte, sus anteojos recaen sobre el dorso de su nariz e indica con la expresión de sus cejas tatuadas una hoja de papel impresa con la cuota de recuperación; justifica lo entrometido de su existencia con sus tiernas y arrugadas facciones.  Y a uno cuanto le gustaría argumentar que no ha pecado y que ha cumplido con el diezmo en la medida de lo posible. Que existe cierta confusión con aquello del pensamiento sardónico y la herejía como protesta, pero con el de arriba, todo viento en popa. Lo cierto es que a doña baños eso parece importarle lo mismo que a los partidos políticos las necesidades del pueblo. Entonces hurgas en los bolsillos para localizar algunos centavos que, sumados, te permitan descargar el coraje, el mate con «yuyo» y el licuado de papaya;  husmeando se encuentra de todo, menos un par de benditas monedas. Desesperado localizas un maltratado billete en la bolsa trasera del pantalón, lo desdoblas como el hijo del hombre te da a entender y lo entregas impaciente (esto último conviene realizarse sin perder la compostura). Inhalas y exhalas concentrando los «chakras» en la espléndida uretra. Se aprieta con discreción el noble aparato reproductor que ha sido un digno acompañante de vida y se contraen las nalgas. Antes de permitirle al prodigioso sistema urinario completar su cometido, la agradable anciana se ríe de tus intensiones y comenta que es necesario pagar justo; en casa de Dios, no existe el cambio. Meditas, inhalas profundo y cierras los ojos,  pero sobre cualquier cosa piensas que deberías orinarla en la cara y patear su lienzo repleto de cuadritos de papel, pero recuerdas las lecciones de catecismo impartidas por el fraile Toño y sabes que el Altísimo juzgaría como incorrecta dicha acción. Corres, inmerso en la confusión y el mareo, al árbol más cercano: y que ricas las frutas; dulces las manzanas, suculentas las satsumas. Aprovechas la celeridad corporal y acomodas una mano en el tronco del árbol. El mágico riego, agua bendita para la naturaleza, alabada la fotosíntesis. Una patrulla se detiene a un costado del árbol que se beneficia del líquido que emana tu cuerpo e impide con su presencia culminar la santa obra. La mente se inunda de recuerdos; no volverás a la comisaría por orinar en vía pública. En esta ocasión estás solo; no está tu amigo el güero, ni su padre, ni alguien a quién recurrir por atentar la integridad física y emocional de los espacios públicos. Probablemente cuando, como de costumbre, llames a tu suprema progenitora para que te rescate, ella cuelgue de nuevo el teléfono para continuar durmiendo y se diga entre sueños: «Quién lo manda a ser tan mión, que se chingue un ratito», palabras más, palabras menos. Encuentras consuelo en la ligereza alcanzada y te cubres como puedes con las manos sucias y empapadas, mismas con las que ayer te practicaron quiromancia. En cuanto te incorporas para ofrecer explicaciones, comienzas a sentir que los puercos, tambos, polis, yutas, pacos, canas, etcétera, te golpean por la espalda e intentan derribarte. Piensas, antes de sentir el segundo golpe, que todos deberían tener el derecho a un abogado y de colocar la bragueta en su sitio. Nadie se toma en serio el trabajo de orinar a los poderes de mando y a aquellos elementos de la sociedad que empañan la bonita existencia; al depravado maestro de ciencias, al morboso y altanero jefe de unidad, a los pederastas y violadores. Al que se mete en la cola de las tortillas, a los lentos y corruptos magistrados con su lenguaje ambiguo y orinable. Al que pregunta ¿todo bien en casa? con su carita y acento de imbécil cagón. ¿Y qué será lo que nos espera con tanto comediante con cámara en mano rondando por las calles? Si alguien se propusiese a miccionar de forma equitativa, no tiene que olvidar a los cleptócratas devoradores de estiércol y a la oligarquía de nuestro país. Cabe también la posibilidad de incluir a los «k ezcriven aci» y te cuestionan si «leistes» las «Uno-noticias»  y como está «cabrón» el panorama mejor culpar al de al lado. Y mientras se arreglan los buenos contra los malos, vamos a traer otra criatura a la santa Tierra ¡Yupi Yai! Cuanto me gustaría poder hacer del número uno encima de varios medios de comunicación y sus representantes; su oferta “periodística” alimenta a la población con los frutos del ejercicio fisiológico coloquialmente representado con el número dos.

«Y entonces,
habiendo sido privados de la cercanía de un abrazo
o de una mesa compartida,
nos quedarán "los medios de comunicación",
»
Ernesto Sabato.

     Por si no bastara se recibe un tercer impacto. Aquí es cuando el narrador se percata que la calle en la que se encuentra no es precisamente real, que las palomas en la plaza no pueden permanecer tanto tiempo sin levantar el vuelo y que las señoras de los sanitarios en las iglesias, ni en la mejor de sus versiones, resultan tiernas y agradables. Despierto abrazado al sueño, y ¡qué alegría! es mi hermano quien, con ayuda de una almohada, ha encontrado la forma de hacerme reaccionar.

       -¡Ya levántate, mano!- exclamó Maniel-. Nos va a dejar el Buquebus.

        -Yo no voy a ningún lado, oficial- agregué-. Necesitaba agua el arbolito.

-Venga, boludo, nos espera el centenario-. Acertó a decir.

       -¿Quién espera a dónde?- dije.

       - Te dije que ya no te tomaras esas pinches pastillas- indicó mi hermano.- Luego no quieres que te digan nada, pero pendejeas macizo. Me voy a bañar, y tú deberías hacer lo mismo porque hueles a caca desde que naciste, apúrate.

      Me levanté en la madrugada y olvidé si había ingerido la píldora para dormir como los celestiales angelitos. Bebí una serie de vasos del vital líquido, tomé otro comprimido y encantado de la vida deslicé mi cuerpo en la cama de nuestra habitación. Todos los sitios resultan ajenos cuando ya no se sabe de dónde se es. Fue un acto heroico ponerme en pie por la mañana. El alto grado de emoción etílica en las calles de Buenos Aires nos arropó desde que arribamos a la ciudad. La noche previa compartimos litros de Quilmes con un boxeador hincha de River en un bar de Palermo y presenciamos el clásico de verano en la tierra que le dio vida a la rivalidad deportiva. Fue adverso el resultado para los de la Boca. Bebimos y nos abrazamos hasta que cerraron las puertas del bar. El sentido de orientación de Maniel fue el que nos ayudó a volver al «Sabático Hostel» sanos y salvos.

     -¡Eh, Mexicanos! ¿Se vuelven para su país?- Preguntó la chica en la recepción.

     - No aún.- Contestó Maniel-. Llegamos al sur con destino a Rocha.

Se percató de mi estado lamentable y se dirigió hacia mí con sonrisa sarcástica. 

      - 
¿Y vo’, flaco, hoy también querés una birrita?- preguntó riendo.

   
    - 
No, quiero dos -dije-. Aquí está mi hermano ¿no lo ves? 

     Miré como pude a Maniel y levanté mi pulgar izquierdo. Oculté la identidad con gafas de sol y el gorrito de mi campera. Reposé la cabeza en el respaldo de un rustico sillón y cerré los ojos; dejaré de respirar en cualquier momento. La discografía de Cerati y soda estero arrullan mis pensamientos; magia, bocanada y té para tres. Vinimos buscando un faro y vamos a por él.

    Antes de abordar el taxi para dirigirnos a la terminal portuaria de Buquebus, la chica de la recepción dijo:

    - Che, escuchá una cosa. Si vos llegás a escribir algo de tu estancia en la Argentina, no me pongas como una pelotuda.

    - Lo prometo - respondí.- Tú tampoco le cuentes a nadie que me encontraste exhibiendo las nueces de castilla y nadando de muertito en la pileta.

     Partimos con el sabor del tango en la Boca. Tres de tres: vino, asado y fútbol. Bebimos una última Quilmes navegando sobre las fronteras.

    Te dejamos por un tiempo, Buenos Aires querido. Adiós pampa mía, capital federal, la ciudad de la furia. Te abrazo y sostengo tu mano; gracias por tanto en tan poco. Sos lo más.

«Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver,
no habrá más penas ni olvido.

Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
oigo la queja de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.
»

Alfredo Le Pera.
1934








 

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