| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

27 diez ∙ MSYLDER

 

  Recuerdo perfectamente el empaque en el que se vendían aquellos chocolates. Era una bolsita alargada y transparente que contenía siete piezas, a su vez envueltas en papel estaño dorado. Era una costumbre, cada año mi padre solía obsequiarme en ocasión de mi cumpleaños una gorra. No se entretenía con felicitaciones, ni con abrazos, permanecía acostado en su cama y desde ahí simplemente me gritaba. Yo corría de prisa hacia su habitación y me quedaba de pie a su lado, él estiraba la mano hacia el buró, abría el cajón y luego me daba el regalo sin quitarme la mirada de encima mientras yo procedía a quitarme la gorra del año anterior y a colocarme la nueva. Hasta ese momento, mi padre desviaba la mirada y continuaba leyendo alguna novela o revista. Por mi parte salía del lugar y continuaba con mis actividades.

   En ese entonces vivía en la Capital del país, el Distrito Federal, en México. Cursaba el séptimo semestre de la carrera profesional en la Universidad Nacional Autónoma de México. En un año más concluiría mis estudios profesionales sin que esto hubiera llegado a emocionarme. Si me lo propongo, aún puedo ver claramente a mis compañeros: siempre viviendo de prisa, con café en mano, llevando consigo a todos lados esas ansias de comerse al mundo. Compartíamos una misma escuela los contadores y administradores. Los administradores se llenaban la boca hablando de las nuevas tendencias de marketing, entusiasmados corrían a sus clases de administración estratégica. Y cómo olvidar a mis compañeros contadores, paseándose orgullosos a lo largo y ancho de la facultad bien encorbatados, con sus códigos fiscales bajo el brazo, siempre listos para el cálculo de los impuestos. Total, que, a los veinte años, su vida estaba bien planeada y estructurada en algo similar a un manual de organización. Desde ese entonces tuve claro que jamás, por mucho que lo intentara, me convertiría en uno de ellos. Si seguía ahí adentro era por esa tendencia absurda de no decepcionar a mis padres. Supongo que trató de conseguir otra bolsa de chocolates, pero la tienda en que los vendían cerró definitivamente y sin previo aviso, así que tal vez caminó sin rumbo fijo por un par de horas, tratando de conseguirlos en algún otro lugar; tal vez llegó a encontrarlos, posiblemente no lo hizo, jamás sabré cuanto tiempo duró su enojo, quizás hoy en día siga enojado.

   Yo era un chico tranquilo con una vida común y corriente, con nada particular o especial que resaltar. Tras la persona simpática y cuentachistes que todos conocían se encontraba un joven lleno de inquietudes, que desde ese entonces como hoy, ya disfrutaba de observar detenidamente a las personas, profundizando en sus costumbres, sus relaciones, sus expresiones y sus motivaciones. Mi familia, también era una familia común. Mi madre era ama de casa, pasaba la mayor parte del tiempo atendiendo las labores del hogar y en sus ratos libres acostumbraba a mirar telenovelas o algún programa de entretenimiento en el televisor. Mi padre tenía un trabajo nocturno en el Hong-Kong & Shangai Banking Corp en el área de cheques, por lo que la mayor parte del día dormía. La comunicación con él no era muy buena, todo cuanto sabía de mí lo oía de la boca de mi madre y todo cuanto yo sabía de él me lo informaba mi madre, sin que esto restara el amor de padre-hijo. Mi hermana contaba con dieciséis años y estudiaba la preparatoria, solía dedicar su tiempo libre a su cuidado personal. Se dice que todas las personas tienen algo de curiosidad en su ser, pero la curiosidad de mi hermana rebasaba la de todos por amplio rango, es por ella que hoy cuento esta historia que sucedió hace más de treinta años.

   Todos los días a las seis de la mañana la puerta de mi casa se abría y el ruido del cerrojo llegaba hasta mi recámara y me despertaba. Era papá que regresaba del trabajo. En el desayuno mi padre solía contar a mamá los problemas laborales mientras miraba el noticiero en el televisor, hasta que alguna mala noticia lograba molestarle y optaba por cambiar de canal. En cierta ocasión una nota cambió su vida de una manera radical que jamás hubiera imaginado. Fue durante un noticiero en la sección de salud: “Recientes estudios han demostrado que el chocolate contiene una sustancia promotora de la felicidad”. Mi padre tomó el asunto con total seriedad. Mamá siempre cargó con la culpa sobre la espalda, continuamente podía escuchar sus lamentos saliendo del cuarto. Ella siempre se acreditó como única culpable de lo sucedido, achacándolo todo a su mal carácter. Torturándose con supuestos: si hubiera dicho, si hubiera hecho… Para mi hubiera sido tan fácil decir: “Mamá no fue la riña contigo la causa de la partida de papá, la verdadera causa fue el día veintisiete de octubre del año dos mil cinco, cuando mi padre llegó a casa por primera vez con una bolsa que contenía exactamente siete chocolates. Luego de aquel día, era muy normal que después de una fuerte riña con mi madre, mi padre se dirigiera a su recámara, tomara uno de los chocolates de la bolsa y lo comiera. Después de esto, su estado de ánimo cambiaba de manera sorprendente. Si alguna vez escuchaba alguna mala noticia en el radio o el televisor, mi padre comía chocolate, si había tenido una mala noche en el trabajo, también comía chocolate y se ponía feliz.

   Los chocolates se vendían en una pequeña tienda a ocho cuadras de mi casa, pude averiguarlo siguiendo a mi padre. Cada viernes compraba una bolsa, suficiente para toda la semana. Desde un inicio tuve curiosidad por comer uno de sus chocolates; sin embargo; no me fue posible de inmediato puesto que papá jamás los compartía. Cierto día me dirigí a la tienda y compré una bolsa. Tomé un chocolate y lleno de curiosidad lo comí, sin embargo, no me causó efecto alguno, así que me llevé a la boca los seis restantes y los comí de sopetón, pero nada ocurrió, mi estado de ánimo continuó siendo el mismo que antes de comer los chocolates. Pensé que por alguna razón los chocolates de mi padre eran especiales.

   Hace unos momentos recibí la visita mi amigo Pablo, un notable periodista que desde hace algún tiempo trabaja para la radio. Desde mi ventana puedo verlo partir en su viejo Peugeot. Se despidió con las palabras de siempre, aquellas palabras que pronunció por primera vez en aquella época cuando compartíamos el banco escolar juntos: “Hermano siempre es un gusto verte”. Todos mis amigos me han visitado este día, primero llegó Arnulfo, después Rubén, hace ya una hora que Juan dejó mi casa, y ahora Pablo se dirige al sur de la ciudad a cubrir una nota. En este momento mi esposa se encuentra cocinando un robalo, pues el día no ha llegado a su fin, mi hermana vendrá a cenar en un par de horas. Me dirigía a la cocina, estaba hambriento y necesitaba probar bocado, sin embargo algo modificó mi trayectoria, un ruido extraño provenía del cuarto donde papá dormía, abrí la puerta y eché una mirada. Encontré a mi hermana hurgando entre las cosas de mi padre mientras él se bañaba. Alcancé a ver que tomó entre sus manos un par de chocolates, los últimos en la bolsa. Jamás olvidaré la expresión de su rostro, aquella expresión que los niños imprimen en su rostro después de alguna travesura. Papá partió ese día rumbo al trabajo a las nueve de la noche y como de costumbre regresó por la mañana en punto de las seis. Durante el desayuno discutió fuertemente con mi madre por temas relacionados con los gastos de la casa y su poca o nula intervención con asuntos relacionados a mí hermana y a mí. En determinado momento se levantó de la mesa y se dirigió a la recámara sin decir nada. Hoy me pregunto ¿cuál fue su reacción al ver que la bolsa de chocolates estaba vacía? Mi madre, mi hermana y yo lo vimos salir del cuarto. No nos dirigió la palabra, tomó las llaves y salió de casa y en ese mismo momento fue cuando supe que papá jamás volvería.

   Mi hermana Sonia acaba de llegar a la casa. Parece que las cosas han ido bien para ella. La plática se torna muy amena. El platillo le resultó agradable, ya ha comido dos porciones. Ya en la sobremesa recordó la partida de nuestro padre: “Seguramente en este cumpleaños, a pesar de tu edad, hubieras recibido una gorra nueva de su parte”. Simplemente sonreí asintiendo. Ella siguió hablando: ¿Por qué crees que se fue de la casa? Digo, tenían sus problemas, pero nunca lo vi venir. Contesté que no tenía idea, sin embargo; estoy seguro de que papá se fue de la casa porque alguien se comió sus chocolates. Si papá sigue vivo tiene ochenta y tres años. Hoy yo cumplo los cincuenta, a partir de los veintiuno no volví a usar una gorra, jamás me encorbaté, escribo cuentos y canciones infantiles que tienen una buena aceptación entre los niños. Seguiré festejando mi cumpleaños el resto del día.

Arte: Diego Atl 


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