[ I ] ✍ MSYLDER
[ I ]
Entonces sentí que tal vez, después de todo, realmente tenía que relajarme. No como una acción aislada o pasajera para cambiar un estado de emoción momentáneo. No como cuando alguien te dice: "échate ahí en el sillón y quédate acostado un rato", y tú lo haces y luego después de ese rato te levantas todo despeinado y dices: ¡ay, cabrón!, tenías razón, ya estoy más tranquilo, sí me hacía falta relajarme un rato. No, no de esa manera. De una manera continua y profunda.
Me encontré preocupado a primera hora de la mañana por una junta de trabajo que me cancelaron. ¡Maldita sea!, me dije, ¡esta sí era importante! Y en ese momento, antes de comenzar a pensar como habitualmente suelo hacerlo, contemplando todos los posibles problemas en que podría derivar una situación hasta llegar a un punto cumbre y siempre catastrófico, recordé un par de ocasiones en las que había caído en supuestos similares. Pensaba con gotas de sudor recorriéndome la frente que tal o cual asunto laboral tenía una gran importancia, tronándome los dedos por resolver cuestiones a veces indefinidas y que muchas veces ni siquiera estaban dentro de mis manos para poder resolverlas, o que posiblemente no necesitaban ser resueltas. Entonces me frené en seco, me visualicé con esa cara de idiota preocupado y cesé. Esbocé una sonrisa que fue transformándose en una carcajada mientras me repetía mentalmente: "me vale mierda, de verdad me vale mierda, no tiene caso…"
En cuanto recuperé la compostura, me senté en el sillón y pensé en Fabiola, una compañera de la secundaria. Recordé muy bien aquel día en que Marisol le dio a escoger un novio entre tres compañeros de clase, uno de los cuales podría ser yo. Primero Sergio, dijo ella muy segura, luego dijo Luis sin titubear y al último dijo Agustín, agregando: "porque siempre anda así", dijo imitando mi cara, con el ceño todo fruncido, como preocupado. ¡Qué razón tenía! Y qué razón tuvo Javier aquel día que me vio contando unos cuantos billetes en un concierto, cuando dijo: ¡Ya! ¡No te preocupes por el dinero! ¡Vamos a disfrutar! Y qué razón tuvo también Norma años más tarde, ante la inminente quiebra de la empresa para la cual estaba trabajando, cuando dijo sin miramiento: "¿Pues qué quieres hacer? Buscar trabajo y ya, ¿no? ¿O tienes una mejor idea, genio?
¿Qué maldita mejor idea iba a tener alguien como yo, cargando con esa cara compungida? Y sin embargo, debo decir que considero que mis preocupaciones tenían cimientos firmes en el condicionamiento o en el destino, ¡qué importa! Cuando uno no sabe cuál es su posición frente al mundo y frente a la vida, es difícil ir por ahí, pegando brinquitos y atrapando mariposas con una red mientras todo le sigue de largo. Para ser sincero, yo nunca estuve seguro de nada y ¿cómo puede uno ir por ahí sin saber lo que quiere o, más aún, sin saber si puede aquello que quiere y al mismo tiempo mantener una sonrisa de oreja a oreja?
Recuerdo esto como una película con fotografía sobreexpuesta a la luz, muy clara, casi en blanco y negro: mi primer día de preescolar comenzó varios días después del inicio de curso. No sé por qué, pero así fue. El caso es que el día que ingresé, la maestra me llevó directo de la mano hasta la parte trasera del patio, me puso en una línea junto a otros niños, me colgó del hombro un tamborcito, puso en mis manos dos baquetas y me dio explicaciones sobre la manera en que debía golpear el tambor. De pronto hubo mucho ruido provocado por una trompeta que empezó a tocar una de las maestras. Los pájaros que estaban en los árboles más cercanos emprendieron el vuelo. Los tambores comenzaron a sonar y yo, con la cabeza entre los hombros, seguía alternadamente el vuelo de dos bandadas de pájaros que se alejaban, hasta que la maestra estiró el cuello para que yo pudiera verla y al momento hizo ademanes de manos como si hubiera tenido las baquetas entre los dedos. Comencé a golpear el tambor como pude y pronto estuvo la maestra detrás de mí, intentando guiarme en el golpeteo, cogiéndome las manitas con fuerza y diciéndome: "Pero no te pongas duro, flojito… qué no te pongas duro, flojito… no, no, no, tú no sirves para esto, trae para acá, dame eso", y me quitó el tambor y las baquetas.
Recuerdo que al frente, formando una especie de herradura, había muchos niños y unas cuantas maestras, y aunque no podía ver sus rostros porque el sol me daba de frente, tuve la impresión de que todos podían verme a mí claramente y así lo hacían. Luego volví la cabeza y vi a los otros niños que seguían golpeando el tambor, y a la maestra de la trompeta marcando el paso en su lugar, atenta a su siguiente entrada, y a los niños que marchaban por el centro del patio llevando la bandera. Luego nuevamente vi a la maestra frente a mí, sujetando mis brazos firmemente a un costado de mi cuerpo, diciéndome: "Estate quieto, sin hacer nada".
Recuerdo que el tiempo se me hizo eterno. Recuerdo que de alguna manera que no puedo explicar, pensé en mí como un sinsentido dentro de la escena. Recuerdo que sentí unas inmensas ganas de no estar ahí y por eso comencé a chillar.
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