| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

EL PRIMER HOMBRE ✎ Msylder


Abrí los ojos.

   Me encontré sentado sobre un pequeño banco de madera, dentro de un cuarto blanco. Frente a mí había una mesa perfectamente pulida y sobre ella dos tazas de té caliente. También había otro banco, ocupado ridículamente por un elefante cuyos blancos y afilados colmillos casi llegaban hasta mi rostro.

- ¿Cómo… cómo diablos llegué… aquí? – pregunté a mi acompañante, haciendo pausas entre palabras, mientras me llevaba la mano derecha a la sien.

Él permaneció ahí, inmóvil y callado, con los ojos fijos sobre un punto específico y abstracto que parecía estrellarse contra el infinito. Giré el cuello hacia atrás para echar un vistazo. Observé una serie de huellas que terminaban justo en la puerta que se encontraba de par en par. No fue necesario mirar las suelas de mis zapatos para darme cuenta de que estas coincidían con aquellas pisadas. Me levanté de un solo impulso, olvidando por completo la idea de preguntar algo que yo mismo debía recordar o algo que de cualquier forma tenía la oportunidad de averiguar, así que salí del cuarto y caminé junto a las huellas, dejando a mi paso otras iguales, pero en sentido contrario.

Avancé guiado por una inercia inexplicable, quizá el hilo conductor del destino. Puedo afirmar que, durante el trayecto, no percibí ningún olor, ni escuché el menor ruido, ni vi una sola imagen; de hecho, no sentí nada. Mis pensamientos se habían pulverizado y con ellos, todo rastro de existencia pasada. Anduve durante lo que me pareció una corta eternidad, pesada pero ligera al mismo tiempo, vagando sin brújula ni rumbo, como un alma errante, hasta que una presión intangible, como un chispazo en el centro de mi ser, me liberó de ese misterioso limbo mental y me devolvió a la realidad presente con los sentidos renovados.

Una imagen fantasmal cobró vida lentamente. Era la entrada a la caverna y yo estaba ahí, dispuesto a encontrar respuestas. Desde adentro los tremendos gritos de desesperación del primer hombre escapaban en múltiples ecos.

Llené los pulmones de aire y armándome de valor, ingresé con cautela. Paso a paso me fui sumiendo en una oscuridad a cada momento más espesa. Los horrendos gritos empezaron a hacerse cada vez más nítidos. Mi excitación crecía paso tras paso. Finalmente me detuve al sentir su aliento fétido sobre la cara. En medio de la espesa oscuridad traté de divisar un rasgo, algún gesto, algún color, pero me fue imposible hacerlo; entonces estiré el brazo y lo coloqué sobre una de sus muñecas; de inmediato él hizo lo mismo con la mano contraria y sus gritos finalmente cesaron. Su brazo era cálido igual que el mío. Me sujetaba de una manera amistosa, tal como yo lo hacía; entonces pensé que en algo debía parecerme al primer hombre. Busqué dentro de mi mente alguna pregunta que pudiera hacerle y después de un par de segundos, empecé a sonreír y estuve a punto de carcajearme. Sin saber por qué y sin pensarlo dos veces abrí la boca y le solté:

- ¿Sabes imitar voces?

- ¿Sabes imitar voces? – respondió utilizando mi voz.

Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a la cabeza. Solté su brazo y emprendí el camino de vuelta. El primer hombre dejó su puesto y se fue tras de mí en persecución. Di miles de volteretas y eché mano de millones de acciones truculentas para poder librarme de él; sin embargo, aquél ser parecía adivinar todas mis intenciones. Tuve que construir obstáculos, mismos que tarde o temprano él logró sortear para seguir avanzando. Creé otros idiomas, lenguajes y escrituras carentes de sentido que él aprendió rápidamente. Tal era mi afán por perderlo de vista que laceré mi cuerpo y lo sometí a espantosos tormentos físicos y mentales. Tal era su afán por alcanzarme, qué replicó cada uno de mis movimientos hasta perfeccionarlos.

En algún momento decidí ignorarlo o quizá simplemente lo ignoré sin decidirlo previamente. Poco a poco dejé de escuchar su voz y sus pasos; también evité mirar hacia atrás y así fue como me alcanzó el olvido. Deseché la razón y la lógica, me sumergí en un estado de letargo y después de un tiempo incierto, cuando abrí los ojos, me encontré sentado sobre un banco de madera. Frente a mí había una mesa bien pulida, y sobre ella dos tazas de té. También había otro banco, ocupado ridículamente por un elefante cuyos blancos colmillos casi llegaban hasta mí.

Estuve a punto de hacer una pregunta, cuando, una lluvia repentina de recuerdos inundó mí cabeza, provocándome una terrible jaqueca que me obligó a hacer una mueca de dolor y a mantener la boca cerrada. Quise beber un sorbo de té; pero la taza estaba vacía. En ese mismo instante apareció una figura humana de la nada, de tipo andrógino, con vestimentas elegantes, sujetando una tetera de vidrio llena de té caliente. La colocó al centro de la mesa, después hizo una reverencia con su sombrero de copa y se esfumó misteriosamente como el humo, difuminándose en el aire hasta desaparecer sin dejar rastro.

El botón de una flor dorada flotaba en la tetera. El agua hervía, el vapor subía con rapidez y chocaba contra la tapa para luego regresar de nueva cuenta en forma de gotas de agua y fundirse con el resto del líquido. El botón cedía… se aflojaba… lentamente se extendía mientras se le desprendían algunos pétalos. Varios de ellos flotaban alrededor de él, como una hoja al viento, con movimientos rotatorios que provocaban en mí la sensación de estar observando un microcosmos. Supe que hasta entonces no había entendido nada o que quizá lo había interpretado todo mal. El proceso de vida y muerte me fue resumido en unos instantes que quedaron registrados en mi mente como una totalidad sin división, como un conjunto de pequeños detalles irrelevantes pero trascendentes dentro de un espacio infinito e iridiscente. Imaginé mi corazón como un centro de referencia y alrededor de él todo lo demás, proyectándose y evolucionando a un ritmo perfecto. Y con una nueva claridad mental, observé mi vida en retroceso y entonces comprendí el significado de la muerte: contemplar tu propio cadáver o los restos de lo que crees que es tu cadáver y asustarte o reír a carcajadas.

Sujeté la tetera y serví generosamente. Cogí la taza, con los dedos índice, medio y pulgar, como dictan los modales refinados, asegurándome de sostenerla con la gracia adecuada para la ocasión. Al acercarla hasta mi rostro, el vapor caliente subió por mis fosas nasales como lo haría un espíritu en busca de un cuerpo para poseer. Cerré los ojos por un instante mientras el perfume floral me inundaba, luego soplé en tres ocasiones sobre el líquido antes de comenzar a beber. Con los ojos todavía cerrados y el dulce sabor de la existencia en el paladar, coloqué la taza sobre la mesa y, cuando los abrí, quedé pasmado, pues frente a mí observé a un hombre que, si me hubieran preguntado un momento antes, habría afirmado que era yo.

- ¿Cómo… cómo diablos llegué… aquí? – me preguntó haciendo pausas entre palabras, mientras se llevaba la mano derecha a la sien. Yo permanecí ahí, inmóvil y callado, con los ojos fijos sobre un punto específico y abstracto que parecía estrellarse contra el infinito. 
 
 

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