| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

CASI UN PEZ ∙

 ♓︎
       Como me encontraba diciendo, últimamente no recuerdo nada. Nada de nada. Es una niebla espesa que habita por dentro. Me pasa que estoy pensando algo, en cualquier cosa, formulando un pensamiento y de la nada, el hilo se corta, y olvido lo que estaba pensando. Todo queda suspendido. Es un vacío. Un hondo silencio. Ya lo he dicho. No recuerdo a qué iba todo esto. Así que bueno, a terapia de nuevo. Espero al menos poder recordar por qué demonios estaré sentado frente a un completo desconocido, porque claro, no recuerdo de dónde o cuándo conocí a nadie. Aunque hay momentos en los que me repongo, o al menos siento que me recupero un poco, eso hay que decirlo. Recobro la orientación de mis pensamientos y entonces soy capaz de mantenerme en calma. Me muestro elocuente. Me asisto de una libreta para no olvidar del todo los conceptos básicos. Cuento con el apoyo que requiero justo en los bolsillos. Ideas y recordatorios. Es así. Incesantes recordatorios para no olvidarme por completo. Para esos son las letras, para ayudar a otras letras a entender a otras letras. Escribo cada uno de los que llamo conceptos básicos en primera persona y a menudo confundo si se trata acaso de un asunto personal o del personaje que se llama yo. La primera persona del singular. Naturalmente, en muchas ocasiones se escribe de alguien más, no necesariamente de uno mismo. Quizá sea una excepción el texto presente, pero no lo sé. En verdad no puedo saberlo ya que lo he olvidado. A algo tenía que llegar todo este asunto. A algún puerto tenía que llegar todo este revoltijo que a menudo me deja completamente extraviado. Resulta tranquilizador contar con una libreta para recapitular las acciones por concretar. Olvidarse por completo de las cosas y hacer lo que a uno le parece lo correcto trae consigo espantosas consecuencias. Es una verdadera lata, como se suele decir. No recuerdo en qué momento comenzó este asunto, esta condición. Un día, sin más, ya no recordaba absolutamente nada. Dejé de recordar. Será todo un lío recuperar por completo la capacidad de recordar. Es por eso que debo acudir con ese señor. Ese apestoso especialista y su característico aroma a whisky barato que seguro estoy esconde bajo su escritorio. No hay más. Acudiré para ponerme en sus manos. En sus hediondas manos, como suele decirse. Estoy buscando algo que no sé qué es. Busco pero no encuentro. Que está en algún sitio, eso lo sé, lo doy por sentado. Y que el destino está diseñado tan milimétricamente que más bien tarde o temprano he de encontrar eso que busco, también lo sé. Busco mientras duermo y asimismo al despertar. Me paso la mañana buscando e invierto buena parte de la tarde en continuar la búsqueda azarosa. Si algo se me da bien es aquello de buscar. Dicen que no existe mayor tormento que extraviar por completo el rumbo, sin embargo, soy dueño de una opinión distinta. Hay que estar perdido para encontrar el camino. Por ahora me pesa el alma intangible. Me gustaría saber qué es lo que extravié . En qué momento sucedió todo. En este preciso instante me pesa el cuerpo. Me pesa sonreír. Indudablemente me pesa llorar, dado que no recuerdo cómo. Y de mala gana imagino estas líneas para intentar recuperar lo que el estúpido psiquiatra llama mis antiguas pasiones. Tengo la sensación que el alienista posee la pasión de cobrar una y otra vez por fingir que me está tratando. Hasta el día de hoy no he notado resultado puesto que sigo buscando lo que no recuerdo. También por lo visto le apasiona sobremanera recetar medicamentos controlados; las sabrosas drogas que en la actualidad mantiene farmacodependiente a un alto porcentaje del desquiciado cuerpo social. La verdad no cuento con la disposición de entablar conversación con un desconocido, pero heme aquí. Ya he preparado mis respuestas en la libreta: Sí, es así doctor. Es correcto eso también. Buen punto, pienso que usted está en todo lo cierto. Así será, tenga la certeza que sucederá al pie de la letra. Y entonces nada, no sucede nada. Porque no necesariamente tiene que estar siempre sucediendo algo, pienso. Nos han repetido en tantas ocasiones y hemos escuchado con mediana atención las más diversas ideas acerca del movimiento, que nos hemos comprado esa grandísima y estúpida idea para fingir y mentirnos a nosotros mismos y a todo aquél que nos rodea que estar en movimiento es bueno y natural. Que siempre, en cualquier circunstancia, está sucediendo algo porque todo es movimiento. No obstante, difiero. Me veo en la necesidad de diferir. En ocasiones no pasa absolutamente nada y todo está quieto. Y cuando verdaderamente pasa algo, el movimiento a gran escala, sucede el espanto, el entorno se vuelca contra tus acciones, contra tus decisiones, contra tus movimientos. Dudan de tus movimientos. Es así. Preferirían verte inerte de alguna forma, a fin de cuentas, totalmente quieto. Porque todo lo que se mueve se enfrenta al peligro. Todo lo que se agita tiende al caos. Si se tiene un vaso de agua sobre la mesa, reposando y medio lleno, es mejor no sacudirlo para que éste se derrame. Soy de los que sujetan el vaso repleto de agua y lo estrella contra la pared, al muro más cercano. Porque lo mismo da empujarlo un poco para que éste derrame su contenido a verlo estallar contra una pared. Todos tenemos golpes en la vida. Pero por mí que el vaso se quede absolutamente quieto, me es indiferente, pienso. Aunque también soy de la idea que se puede estar sin hacer nada, me refiero a hacer absolutamente nada. Y he sobrevivido a esos pensamientos contradictorios una buena cantidad de años. Lo que se dice una considerable cantidad. Sucede así: lanzo un pensamiento cualquiera; cotidiano e irrelevante. Me concentro, lo sigo con atención e inmediatamente, naturalmente, comienzo a pensar lo opuesto. El reverso exacto. No es que me guste ser así; disperso, cíclico: contradictorio. Pero es en lo que me he convertido. Y como he dicho, he sobrevivido también a eso. Parece lejano e imposible ahora, en alguna vida que quizá no fue mía, conocí e interactué con una mujer de hermosos labios escarlata y ojos de profundidad descomunal. Una mujer como no he conocido dos en la vida. Ave balandra. Nave escafandra. Un espejismo que optó por mostrar su belleza. Ejemplar en cada uno de los sentidos. Caminamos ininterrumpidamente tomados de la mano por las calles de algún pueblo de ancianos jubilados cuya locura resultaba evidente. Un mundo a destiempo. Lo tengo bloqueado. Quiero recordar pero no puedo. Parece que un día tuve la fabulosa, la magnífica idea de volcarme sobre mí mismo y mis pensamientos de felicidad. La primera vez que puse los ojos en ella quedé impactado por su destreza. Por un brevísimo, pero importante lapso de tiempo llegué a pensar que verdaderamente no existíamos, que no éramos más que una especie de fantasmas transitando por esas calles empedradas. Que éramos invisibles. Y que esa era la única y válida razón por la que podíamos transitar de la mano sin que nadie advirtiera nuestra presencia. Es borroso el recuerdo o está desapareciendo para siempre. En mi demencia llegué a pensar que nuestro cariño podría resultar inagotable. Entonces, un día de tantos, opté por dar tres pasos y meter mi propio pie en nuestro camino. Autosabotaje. Me impido la felicidad en el momento que la rozo. Puro y llano autosabotaje, el ejercicio de obstaculizar el propio sendero. Es mi actitud meditabunda la que me ha llevado a eso. Romper antes de perder. Y ahora me tiemblan tanto las manos que soy incapaz de sostener la pluma para continuar escribiendo. Y de aquel encuentro que aquí preciso, no quedaron evidencias impresas ni escritas, únicamente esto, aquí, en mi pequeña libreta. Es su momento toda memoria se desintegra hasta quedar en nada. Absolutamente en nada. Hasta hoy no sé si todo lo que escribo es real. Supongo que no. Cómo he de saberlo si no recuerdo nada. Nada de nada. Aunque ya he dicho que tengo mis momentos de luz. Todos los escritores son unos grandísimos mentirosos. Mienten, crean historias por las más diversas razones para justificar sus mentiras, eso es así. Cuando un escritor viene de frente, doy la media vuelta y prosigo la marcha. Rechazo el saludo. Soy intolerante a la mentira. No obstante existen mentirosos con peores y aberrantes intenciones como los políticos y los líderes religiosos, por poner un par de ejemplos. Por eso es que supongo, imagino, que en la mesa no se habla de política ni de religión, porque comer resulta un instante sagrado, una necesidad biológica, un ritual de sobrevivencia; se puede sobrevivir sin el resto de idioteces que hemos inventado nosotros. Nosotros; los de ahora, los de antes, los que vienen: los de siempre. Digo que esto es únicamente un ejercicio de acomodo de las letras para recuperar la memoria, ya que no me acuerdo de casi nada y así lo dispuso el mercenario del psiquiatra. Sujeto mi pluma y apunto las ideas. Anoto los conceptos básicos. Escribir muchas veces es eso, recuperar la memoria; de un pueblo, una cultura, un personaje. De un amor que no existió; de las áreas fragmentadas de un loco cualquiera. La escritura es un hilo de rescate. Un acto de fe. Se escribe para no desaparecer. Si hacer esto me ha de servir para recordar una que otra cosa, lo que sea, pues venga, hagámoslo, pensé. Deambulo para construir una frase al azar. Solías escribir, escribías mucho, eso te servía, me dijo el viejo sucio de las pastillas prescritas. No me acuerdo, pensé. Pasabas horas escribiendo historias, te sentaba bien, intenta retomarlo, dijo el señor que ya no recuerdo quién es. De acuerdo, de acuerdo “Hagamos un paseo en el velero iridiscente", comencé por escribir. "Percibamos la brisa y la sal de mar”. ¿Así está bien? ¿Es correcto comenzar así, señor? En silencio pensé que esto no era más que una auténtica tomada de pelo, de qué podría servir intentar comenzar a escribir algo si no me acuerdo de nada, más bien de absolutamente nada de nada. Enseguida me cuestioné cosas que ya no recuerdo. Para que escribir tanta maraña. Nadie tiene la culpa de tanta maraña. De la hojarasca en los senderos bifurcados de mi mente. Me encanta divagar de aquí para allá: del pasado al futuro, sin considerar el presente. Sigo pensando que todo este asunto es algo ridículo. No puedo evitar pensar que esto es patético. Vaya, acudir con un profesional de la salud mental y lo que me pida sea llenar un montón de hojas con garabatos para intentar recordar, no parece muy lógico que digamos. Hay gente más rara que uno. En fin, daré comienzo pronto. Contengo la pluma entre mis tres dedos. Comenzaré a garabatear en cualquier instante. Justo antes de comenzar el estúpido ejercicio me detengo un segundo a contemplar la bandada de aves que se observa tras la ventana. Son un grupo de aves encantadoras a la vista de cualquiera y cruzan en horizontal como si fuesen una pintura en movimiento. Una acuarela en alta definición. Cuando se observan con detenimiento, me refiero a una plena y absoluta atención, se consigue distinguir que en realidad son peces. Peces que vuelan. Son peces con alas que cortan el aire. Algo se enciende en mi memoria y puedo recordar algunas cosas. Me parece que eso sucedió, pero no estoy convencido. Me gustaría evocar ese instante. Se fragmentan las imágenes una a una. A ver. Hagamos un paseo en el velero iridiscente, retomé las líneas . Percibamos la brisa y la sal de mar. Como quien busca su propio reflejo me dispuse a dar un paseo, continué escribiendo. Caminé por horas pensando en las más curiosas y absurdas tonterías. Por cada recuerdo fui colocando guijarros en mis bolsillos, preciosos guijarros negros que son las piedras del mar. Nadie me llamaba porque nadie me esperaba. Siempre hay un lugar para cada uno de nosotros, de eso no queda duda. Un sitio al que podemos pertenecer. Continué caminando y no paraba de repetirme frases. Tengo atrofia mental. Soy intelectualmente incapaz de seguir. Un traidor que camina y se pone el pie. Un maestro del autosabotaje. Incapaz de recordar apenas cualquier cosa. Un mentiroso sin reserva. Por cada pensamiento una piedra en los bolsillos, como ya dije. Soy una voz que se compone y se descompone en tiempo real ¿Por qué nos destruimos todo el tiempo negándonos a vivir la vida que soñamos? En la vida no pasa solo un tren al que hay que subirse, el tren pasa todos los días, a todas horas. Aislado en mi voz interior caminé hasta un muelle de madera en medio del mar. De la inmensa mar. Me enfrentaría a esto solo. Giré el rostro a ambos lados en medio del muelle para corroborar que nadie me estuviera observando. No me lo pensé dos veces y al llegar al borde expulsé todo el aire contenido en mis pulmones. Realicé una profunda exhalación. Estaba decidido, me convertiría en un pez, respiraría bajo el agua: nadaría con ellos para siempre. Entonces me aventé de cabeza con los bolsillos repletos de piedras. En un segundo sucedió lo inesperado: un cardumen de extraordinarios peces rodearon mi cuerpo inconsciente. No sé en verdad si lo soñé. A veces me convenzo de que nunca sucedió. Son los mismos peces voladores que cruzan ahora, justo ahora, tras la ventana del consultorio con olor a whisky. Precisamente donde apoyo la pluma sobre un puñado de hojas, intentando recordar. Fueron ellos, los peces voladores, los que me dirigieron a la superficie. Nadaron hacia arriba. Hacia el aire. Hacia el ruido. Hacia el dolor. Volaron. Y de pronto me encontraba boca arriba, flotando, observando el cielo. El cielo inmenso, inabarcable, el mismo cielo que ha visto todo, que siempre nos regala su resguardo. Escupí agua. Escupí lágrimas de sal. Porque por los ojos también se escupe. Comencé a reír de forma histérica. Volví a tierra firme temblando, empapado y con los ojos ardiendo. Nadie me esperaba. Nadie me llamaba. No obstante, había vuelto. Y en ese acto torpe y solitario de volver, hubo algo parecido a la esperanza. Como si la vida, rota y olvidada, todavía pudiera contener un gesto de alegría. No entendí qué me orilló a saltar. Una sombra que poseemos en el interior. No fue el temor. Estoy convencido que no fue el cuerpo. Fue un recuerdo que no recordaba, una certeza sin forma: el sabotaje imperfecto. Aún me corresponde estar aquí. Porque todos nos estrellamos en alguna ocasión. De distintas formas. Y extraviamos algo e ignoramos lo qué es. Quizá de eso se trate todo esto. Del vaso con agua al borde del derrame. Que se agita en manos temblorosas. Y a veces pesa tanto que dan ganas de soltarlo, de arrojarlo al muro más cercano. Pero a veces el vaso no se rompe. Se mantiene en pie. Y se vuelve a llenar. Y el agua que contiene refleja la luz. Una luz que es vida. Y la vida es un obsequio. El mejor de los regalos.  Y si algún día vuelvo a olvidarlo, porque sé que así será, que estas palabras me lo recuerden: estuve a punto de ser un pez. Y si algo entiendo de todo esto es que escribo no para recordar, sino para no desaparecer del todo. Porque escribir también es existir y hablarte con una voz muda; sin sonido, callada. Aunque tiemble. Aunque duela. Como me encontraba diciendo, últimamente no recuerdo nada. Nada de nada. Pero sé que hay cosas que no se olvidan del todo. Que permanecen, como guijarros sobre la arena. Como peces que vuelan. Como la sal del mar. Y aquí estoy. Apoyando la pluma sobre las hojas. Mirando por la ventana, intentando reconocerme entre el cardumen. Pensando que tal vez, solo tal vez, esta vez consiga recordar.

Casi un pez.

 


 

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