| Quelonio |
A mí; reflejo y sombra.
Lo
menos que se espera de esta epístola, es que intente estar bien escrita; sin
tanta anfibología, sin demasiada analepsis, corto racconto ; ¿y cómo explicarte, querido mío? si
es de esa forma como has aprendido a manifestar las emociones; rebotando contra los muros las figuras retóricas. Por
supuesto también has intentado otros medios de expresión, nadie lo pone en tela
de juicio, sería desafortunado
calificarte únicamente por tus recientes intentos de anacoreta literato. Si, también
me resulta curioso y desatinado el calificativo de poeta, pero la gente en su
conjunto es así; si no efectúa epítetos inherentes al sujeto, vive en perpetua incertidumbre.
De igual forma te han dicho mixólogo,
ilusionista, barista, guitarrista, yonqui, etc. Parte de nada, poco de todo, poco de nada, parte de todo; habrá que practicar la dialéctica.
¿Cómo movías las piernas en el vientre de tu madre? Inquieto, hiperactivo, ávido de ver la luz; no pudiste esperar un mes más y decidiste ser ochomesino. Cuando exigías conocer el mundo de los humanos; los colores, las emociones, los sonidos, el sabor de los silencios y la nieve de limón, en la pantalla se proyectaba la taquillera cinta «Danza con lobos», dirigida y protagonizada por el gran Kevin Costner. No permitiste disfrutar a tu madre de la exquisitez fílmica, cuando comenzaste el ritual de la existencia: estiramiento general del cuerpo, media vuelta, cabeza en la pelvis, preparados para el despegue: habemus vitae nova!. De acuerdo al calendario gregoriano, llegaste el séptimo día del onceavo mes: afuera, más allá de las ventanas, el ocaso del jueves ocurría con normalidad; lloraste y te nalguearon de cabeza, por primera vez en la vida.
A falta de recursos para establecer un dialogo, te nombraron como consideraron oportuno. Cargados de nostalgia decidieron los nombres que darían impulso a tu imagen el resto de tus días. Desconocían por completo tus futuros planes; los nombres no definen el espíritu de una persona. Sin previa autorización te arrojaron agua bendita en la frente, y, años más tarde, recibiste el cuerpo de Cristo en presentación circular de insulsa oblea sin pepitas y vino de consagrar. Contrarío a los fatigosos ejemplos del salvador, no fuiste circuncidado. Transcurrió el tiempo y comenzaste a cuestionarte; en la practica del catecismo, el fraile Toño, de la orden de los dominicos, te mostró con fehacientes hechos que, en cuestiones religiosas, nunca es tarde para hacerse a un lado.
Lograste convencer a pocos de tu cambio
morfogenético y el ciclo de ascensión, aprender a hablar para decir que provenías
de Jupiter resultaba entretenido pero de escasa veracidad; demasiados «Looney Tunes»,
demasiado Marvin el marciano. A los pocos años de vida acogiste al deporte
como aliado para controlar tus exacerbadas emociones; te prohibieron el rojo en
todas sus excitantes y deliciosas presentaciones. Visitabas al pediatra cada
semana, le pedorreaste su inocente bata blanca debido a un ataque de risa;
siempre te has reído del dolor. Ignoraste a los gatos del hospital español, y
desde entonces, todos los gatos del mundo hacen lo mismo contigo, evadirte e ignorarte.
Cuando la paciencia de los médicos se tornó confusa, te diagnosticaron ganglios
linfáticos inflamados: sobrevivirá y aprenderá a vivir con ellos, dijeron. Nadie creyó que
reencarnaste, que en algún instante del tiempo eterno, del tiempo Eón,
estuviste habitando en una constelación cercana al planeta faetón, hasta tu
dejaste de creerlo cuando conociste el amor carnal, el amor en la Tierra.
El esfuerzo por obtener buenas calificaciones te recompensaba mensualmente con estrellas de papel dorado en la frente. Ser parte de la escolta escolar te dejó la nostalgia de ver a tu primer amor
platónico defecar en sus calzoncillos por incontinencia intestinal; no perdiste la ilusión y declaraste tu afecto, me alegro por eso. Gran cantidad de goles efectuabas en
los recesos, la envidia del alumnado en materia deportiva. Entrenabas con ahínco
toda la semana; fútbol y natación, volver a la cama, un dos tres por mí y por los textos repetidos, las retas en las canchas y la jícama con sal. Goles y goles, genéricos amores.
Buenas tardes, señor. ¿Señor? ¡Señor! ¡Aquí estoy! Sí, no se preocupe ¿Cómo le va? Ah, qué bueno, igual, todos bien. ¿A cuánto los chicles motita? ¿diez centavos, en verdad? Deme por favor cinco surtidos, una chipileta, una frutástica y una burbu soda ¿Cuánto va a ser? Gracias, sí, yo le digo, hasta luego.
Zigzagueabas los andadores montado en tu
bicicleta y arrojabas perdigones de papel a los transeúntes. Una bruja se cruzó
en tu camino; una anciana vestida de Mariquita Pérez te hizo morder el polvo,
olfatear el pavimento. Volviste a caer por atentar con huevos la integridad de la gente mayor, en esta ocasión tu hermano menor no detuvo el ritmo de la persecución y te pasó
con las llantas sobre la clavícula izquierda. Chueco, chuecote, chuequito, en
la montaña rusa, me rompo de nuevo el huesito.
Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es: el cilantro. Pronto cambiaste las escondidillas por el juego de la botella, en ambos conociste la adrenalina de los besos y los abrazos en compañía de tu vecina, la de los ojos del color de la mucosidad. Prosaico, disoluto, precoz; tus padres creyendo que juegas «stop!» y tú en gratuitas lecciones de anatomía. Te llegó temprano el afecto y comenzaste a escribir «cartitas» con el aroma del café y las orillas quemadas con cerillo. Doblarlas en ingeniosas figuras de origami, te sirvió para descubrir que existen infinitas formas de perder el tiempo. Intentabas describir los colores y terminabas por redactar tus planes para las vacaciones o escribir canciones de Maná. Cuando el mar visitabas, despegabas los residuos de arena de las ingles y arrojabas a la inmensidad del océano botellas con profundas misivas en su interior; esperando que alguna nereida respondiese. Auténtica y pura contaminación, muchacho menso y cochino.
Conocí a Ortega, hasta entonces, los colores se volvieron música. La respiración se fraccionó y estamos en duelo. Si las palabras me faltan, y la cordura no equilibra los pensamientos elementales, que seas tú, al final de rio adverso, quien dirija la corriente. ABr z¡ no C VuelB loko x br y comer lo que Dios dispuso en la tierra.
Ya con estatura y voz de merolico, conociste las bondades de la naturaleza. Viajaste por tu país natal como un verdadero salvaje; aventurero, con una guitarra bajo el brazo, poco dinero y un par de calzones para cubrirte del sol. Paciencia y sacrificio de tu compañero de viaje, infinita gratitud por sus enseñanzas, por los valores y el respaldo. Nunca volviste, cavaron por horas una gran fosa; te enterraste abrazando a esa enorme tortuga. Abandonaste la universidad; Weber, Durkheim y Comte. Desertaste de la fe y sus doctrinas; comenzaste a creer en la magia del caos.
Trabajaste y desertaste; recibiste valioso conocimiento de los mejores del mundo, conocimiento de los muertos. Construiste y destruiste. Aprendiste a no caminar por un tiempo y a volar por siempre con las letras. Continuaste el viaje hacia dentro. El amor llegó pasajero; sufriste, lloraste y volviste a caer. Nadie te levantó, al menos no con su mano. Te jubilaste pronto y llevaste a cabo el viaje al sur con tu mejor amigo, tu hermano. El continente te abrió los brazos; perder es señal evidente de que algo grande se está por aprender. Aquél faro volvió a enseñarte que la luz no es lo importante, sino la obscuridad en la que se transita para llegar a un punto determinado. Te sigues moviendo en el vientre de tu madre; entelequia lo que reside en ella. Recibe con alegría esta nueva vuelta al sol, Gran A' Tuin, majestuoso quelonio, tortuga cósmica bajo la arena del inmenso mar.
♫ Japiverdei...túmí.
Bienvenido siempre querido...
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