| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

| Ausencia |

 

A Alba :

Me gusta verte de lejos, entrelazando a la perfección las hebras de colores. Sabes cuanto me gusta tu olor a piloncillo y canela. Estaré incondicional para ti, en cualquier dirección, en cualquier tropiezo. Enciendo el fuego para cobijar tu frío, y la mayor de tus tristezas. Se inundó de luces fosforescentes la bóveda en la choza; ajusté la corbata y lustré mi calzado. Ven y aguarda hasta el último aliento, ausencia querida. 

Marcha el reloj inexorablemente, he pensado envejecer entre manuscritos y enredaderas: ideas que, como es de suponerse, se desechan en lo inmediato por innecesarias y robustas de estupidez. ¿Qué andas imaginando? Imagino una silla mecedora debajo de un tejabán averiado, los violentos rayos del sol empapando cada extremo de mi piel oxidada. Vacas, gallinas y gatos. Un perro de ignota raza persiguiendo aves de rapiña; corriendo sobre la brillante milpa, el dorado trigo y las montañas que parecen siempre desvanecer con la llegada del invierno. ¿Nada más eso? Trazo en mi mente un inmenso jardín con lirios y flamboyanes; un lecho de jacintos rodeando el pozo con agua que será artífice de la limpieza de los duraznos y nuestros labios. Cuando la edad nos alcance y recurra a viejas costumbres, que sea la frialdad del viento rozando nuestras mejillas la que dirija nuestro rostro al horizonte, y sea la perfecta cronología del cosmos, la que diseccione los impulsos. ¿Para eso escribes? Meditación reflexiva, transvaloración de los valores, ¿Comprendes?  Se están pudriendo junto a los viejos dioses. ¿Qué más, pues? Me parece que revisaré el estático buzón postal en la entrada cada mañana, con la esperanza de  encontrar una carta, una nota que me remita a una vida distinta, la vida que soñé mientras jugaba a cruzar sin miedo las fronteras, en aquél viaje que, inevitablemente, me puso para siempre los pies en los hombros. Recurro en pensamiento al olor del campo, la brisa de la mañana; el arco crepuscular de los amaneceres y el ámbar de los atardeceres, el velero ardiendo dividiendo la posibilidad de prestarnos vida, un tren cruzando en mi espalda, y el violeta, inmenso y brillante, desvaneciendo en el ocaso. Sostengo el libro negro, el que me regaló la abuela. Sus hojas fortalecen el fuego en medio del desierto, trazan bengalas en medio de la penumbra y forjan cigarrillos de luz. Conservo las cenizas del último incendio: «E hizo Dios las dos grandes lumbreras: la  lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las  estrellas. Y las puso Dios en el firmamento de los cielos para alumbrar sobre la tierra,  y para señorear en el día y en la noche y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno» Tu ausencia fortalece mi fe y erradica los fantasmas, bienvenido de nuevo, mujer y amigo, a este tu vomitorio. 

«Este trayecto tiene tantas plumas.

¿Será que es el cementerio de los pájaros amarillos?

¿Será que mueren de tristeza al ver el campo de fútbol?

¿Son cronistas los árboles de nuestra muerte?

Hoy pisé una pluma suspendida en la telaraña de mis ojos, parecía que volaba a destiempo, aletargada.» 

PINTURA Y ÚLTIMA POESÍA 
DIEGO ATL



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