| Lectura recomendada (CODOS EN LOS MUSLOS) |

DIA DE MUERTOS

DIA DE MUERTOS
C I C U T A ☘︎ V I R O S A

S O L T A R


    Me toma por sorpresa el pensamiento mientras finjo prestar atención al presente como me fue sugerido. Un vertiginoso viento disipa las nubes que amenazan la aridez del suelo. En el ínfimo pestañar de la existencia, encontramos un constante llamado: aprender a soltar. Las señales son localizables por cualquier sitio; se suelta un profundo bostezo en la infinita fila de la caja rápida en el supermercado. Al llegar a zona de cobro, se sueltan las esperanzas depositadas en la especie humana y se toma conciencia que la persona de menor entrenamiento del establecimiento, es la eterna asignada a despachar la caja cuyo designio es la velocidad. Antes de pagar, sujeto con fuerza el billete que cubre el costo de la serie de objetos que verdaderamente no requiero y lo suelto no sin la prudente nostalgia de saberme un esclavo más del sistema. Suelto también la pluma y el libro en el que deposito las ideas generales de las conductas que convendría reemplazar. En ocasiones también suelto, por infortunio, maldiciones y oraciones que me sitúan en el sector de los aberrantes. Algunos días, por suerte en su mayoría, suelto globos de colores y cometas en los que suelo navegar sin rumbo fijo. La naturaleza, matriarca de toda enseñanza, nos regala el otoño estacionario, que con el desprendimiento de sus hojas, brinda sabiduría en su inmutable templanza.

   En el sueño de la siesta de ayer por la tarde, vi mi cuerpo caer en un precipicio sin fondo aparente. Era un sitio extraño, rodeado de claroscuros, tal vez en las inmediaciones de las mesetas tibetanas. Aparecían montañas y un cielo despejado. Luego veía también otros paisajes, especialmente rodeados de tranquilidad. Yo caía y me decía algo referente al Satori, estado de calma y despertar espiritual que a menudo he encontrado a través del aislamiento y la meditación. No recuerdo si desperté por completo de aquella situación extraordinaria. Debo, pues, asumir que continúo cayendo entre las montañas, soltando el cuerpo y la conciencia ermitaña.

En el trasfondo de todo lo que se suelta, encontramos la mente y el miedo. La telaraña infinita del sabotaje interno. Las murallas del desconcierto se erigen ante nosotros para brindarnos la errónea sensación de protección frente a lo desconocido. Sin embargo, el miedo forma parte de la vida, y sincronizado con el sentido de alerta que por naturaleza poseemos, nos vemos empujados a examinar cada aspecto del breve laberinto en el que transitamos. Nuestro apego al personaje que interpretamos en la vida es un incesante recordatorio de que llegamos sin calzoncillos, y de la misma forma partiremos.

¿Y qué temor más grande que el miedo a morir? La muerte no es, en su descripción más genérica, un cierre total, sino un cambio de forma. Del centro hacia afuera, de arriba hacia abajo, atrás y adelante; descubrimos que en el interior radica la verdadera esencia. La muerte no nos despoja, nos devuelve a casa. Encarar a la muerte es un proceso individual, un acto de valentía y aceptación.

La muerte, como paradoja, es una maestra sin precedentes. Su enseñanza se nutre del amor. Soltar nos enseña que, en medio de la impermanencia, el presente es un portento que es preciso experimentar. La muerte no solo significa cambio, sino también crecimiento; evolución e involución: oscilante y etéreo el ciclo del samsara. Por encima del envoltorio físico y de toda clase de ataduras terrenales que evidencían el umbral de la ignorancia, el miedo a la muerte nos acorrala sin el menor de los sentidos. Entender que la muerte no es el fin absoluto, sino una más de las numerosas transiciones, es un aprendizaje de extremo conveniente en la práctica de la virtud.

Al morir se democratiza la experiencia humana: todos somos iguales en nuestra finitud. Esta certeza es la gran niveladora en la ecuación. La muerte, como tabú, nos priva del estado supremo de equilibrio. El entrenamiento básico sobre la muerte debería ser parte integral de nuestras vidas cotidianas: cultivando valores, gratitud, respeto y amor. Relativizar nos permite discernir entre lo trivial y lo esencial. La muerte se convierte así en una consejera de gran benevolencia y lucidez. Todo, en primera y última instancia, es energía. La muerte es un eje que une y justifica esta energía en constante movimiento.

   Ella es el fin del cuerpo físico, pero no de la conciencia. La conciencia es eterna, una estructura mental que trasciende los límites de la existencia física. Así, contemplamos lo que nos aguarda en la vida después de la vida, explorando diferentes estados de conocimiento.

   Todos, sin excepción, experimentaremos en su momento la gran luminosidad. Las seis luces que trascienden a cualquier oscuridad. La muerte es solo un paso en nuestro viaje eterno. Así que aquí estamos, aprendiendo a soltar.

Que los divinos poseedores del conocimiento piensen en mí
y con gran amor me guíen en el camino.
Ahora que por mis fuertes tendencias vago errante en el samsara,
que los poseedores del conocimiento y los guerreros me guíen
en el sendero luminoso de la sabiduría innata,
y sus sublimes consortes, las dakinis, me den su apoyo.
Ayudadme a cruzar el peligroso camino del bardo
y llevadme al Reino Puro del Espacio. 
PADMA SAMBHAVA.
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