La voz que habita en mí.

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La voz que habita en mí

no habla en prosa ni verso.

No entona. No vibra. No encaja.

No encuentra rima ni prisa.

Un círculo sin centro. 

Ignora los signos de puntuación.

Es una ola devastadora.

Bailarina sin cuerpo.

Sempiterno refugio de 

un bucle fonológico.

Repetición lenta y constante.

La proyección invisible 

de una mezcla de nada.

El eco de una mancha

que gira en espiral,

sobre sí misma.

Los sitios en los que 

nunca he estado.

En mapas falsificados.

Los que he soñado.

El escaso recuerdo de lo vivido.

Lo que ha ocurrido y

lo que solo he imaginado.

Un aro de humo,

anillo de saturno oxidado.

El sendero empedrado 

de pensamientos sin rumbo.

La voz que habita en mí es muda.

Áfona.

Oradora ausente.

Un eco extinto que me taladra. 

Lengua suicida.

Incapaz de recordar 

una melodía sin desafinar.

Esa es la voz que habita en mí.

Amiga invisible. 

Compañera obsesiva.

La que ríe a carcajadas

 al cruzar la calle.

Al contemplar el vendaval.

Me desconoce.

La voz que habita en mí 

pertenece a alguien más.

Se esconde dentro 

de una taza vacía

y me grita desde el fondo.

Es una bufanda tejida

por un caracol ciego.

Un insecto con las

alas fracturadas.

Un pensamiento desnudo.

Se ríe de mí.

En todo momento se ríe de mí.

Carcajea y no para.

Se reinventa y repite.

La voz que habita en mí 

no paga renta,

pero exige ventanas 

con vista al infinito.

Cuando se duerme extraño 

 su insomnio.

Porque en el fondo,

bajo la superficie,

nunca sabré si soy yo 

quien piensa en ella,

o ella quien me imagina.

Para no sentirse sola.